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El primero que nació era rojizo y tan peludo que parecía un abrigo de pieles, por lo que lo llamaron Esaú. (Génesis 25, 25)
La gente de Israel llamó a este alimento: maná. Era como la semilla del cilantro, blanco, y su gusto se parecía al de una torta de miel. (Exodo 16, 31)
El maná era como la semilla del cilantro, se parecía a un manojo de malvavisco. (Números 11, 7)
Pues, en aquel tiempo, no había rey en Israel y cada uno hacía lo que mejor le parecía. (Jueces 17, 6)
Por aquel entonces no había rey en Israel y cada uno hacía lo que le parecía bien. (Jueces 21, 25)
Pero esto te parecía todavía demasiado poco, Señor Yavé, y tú extiendes también tus promesas a mis descendientes para un futuro lejano. ¿Es así como actúan los hombres, Señor Yavé? (2 Samuel 7, 19)
Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando; (Salmos 126, 1)
Cuando atacaba se parecía al león, al cachorro que ruge ante su presa. (1 Macabeos 3, 4)
Se les apareció un caballo con una riquísima montura y, sobre él, un terrible jinete; lanzándose con ímpetu levantó contra Heliodoro sus patas delanteras. El jinete parecía tener armadura de oro. (2 Macabeos 3, 25)
Dios quiso que se apoderaran de la ciudad, y entonces hicieron tal carnicería que el lago vecino, de quinientos metros de largo, parecía lleno de sangre. (2 Macabeos 12, 16)
Este es al que tomábamos para la risa, el objeto de nuestras bromas: ¡qué imbéciles éramos! Su vida nos parecía una locura, su muerte nos pareció el fracaso final. (Sabiduría 5, 4)
Se parecía a la nieve, pero soportaba el fuego sin derretirse; mientras que por ese tiempo las cosechas de los enemigos eran presa de las llamas que ardían en medio del granizo: los relámpagos brillaban bajo la lluvia. (Sabiduría 16, 22)