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Hizo, pues, Dios dos grandes lámparas: la más grande para presidir el día y la más chica para presidir la noche, e hizo también las estrellas. (Génesis 1, 16)
Dios creó entonces los grandes monstruos marinos y todos los seres que viven en el agua según su especie, y todas las aves, según su especie. Y vio Dios que todo ello era bueno. (Génesis 1, 21)
El Séptimo día Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó en ese día de todo lo que había hecho. (Génesis 2, 2)
Bendijo Dios el Séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho. (Génesis 2, 3)
Y Yahvé Dios le dio al hombre un mandamiento; le dijo: «Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, (Génesis 2, 16)
Los dos estaban desnudos, hombre y mujer, pero no sentían vergüenza. (Génesis 2, 25)
Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.» (Génesis 3, 5)
Entonces se les abrieron los ojos y ambos se dieron cuenta de que estaban desnudos. Cosieron, pues, unas hojas de higuera, y se hicieron unos taparrabos. (Génesis 3, 7)
Oyeron después la voz de Yavé Dios que se paseaba por el jardín, a la hora de la brisa de la tarde. El hombre y su mujer se escondieron entre los árboles del jardín para que Yavé Dios no los viera. (Génesis 3, 8)
Este contestó: «He oído tu voz en el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo; por eso me escondí.» Yavé Dios replicó: (Génesis 3, 10)
«¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol que te prohibí?» (Génesis 3, 11)
Haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te pisará la cabeza mientras tú herirás su talón.» (Génesis 3, 15)